sábado, 17 de noviembre de 2012

China-EE.UU: ¿un regreso a la bipolaridad mundial?

China-EE.UU: ¿un regreso a la bipolaridad mundial?

Por Marcelo Cantelmi

Washington y Beijing estrenarán, casi en simultáneo, presidencias con una inevitable dosis de realismo. Obama y Xi Jinping tienen una agenda que es común pero también conflictiva.
Xi Zongxum fue uno de los adalides de la apertura económica china cuando, junto a Deng Xiao Ping, la vislumbraban hace casi cuatro décadas como la única solución para evitar el colapso del gigante. Eso le costó la censura de Mao Tse Tung y la cárcel. Después de 17 años de confinamiento solitario y trabajos forzados, el hombre volvió a su familia pero no pudo reconocer a sus hijos.
Entre ellos estaba el ahora casi seguro presidente del “Imperio del Centro” Xi Jinping.
La tremenda anécdota importa porque revela matices centrales del habitante de ese vértice. Xi vivió tanto la pobreza que trajo la ruina de su padre como la riqueza y privilegio que llegó cuando aquel hombre apaleado fue rehabilitado y dirigió luego el primer experimento de apertura económica en Shenzhen en 1980 .
Del otro lado del mundo, Barack Obama quizá podría identificarse en este líder que llega en un momento tan peculiar del planeta.
The New Yorker jugaba meses atrás con la idea de dos dirigentes que estuvieron del mismo modo marcados por las historias notables de sus padres aunque en muy diferentes formas. El norteamericano le escribió un libro al suyo a quien conoció apenas un mes. Y Xi, que es un “princeling”, un príncipe de la aristocracia comunista china y tenía apenas nueve años cuando comenzó la desgracia familiar, acabó con los años siendo mucho más: hijo de uno de los padres de la China moderna .
No es la única leve semejanza que se debería transitar. Después de un efímero periodo de unipolaridad tras la desaparición de la URSS, Estados Unidos vuelve a compartir el podio en un mundo que regresa a la bipolaridad.
La crisis económica de 2007/2008 aceleró el reacomodamiento de las potencias, y si China se previa antes de ese acontecimiento como una estructura imperial recién hacia mitad de siglo, esa responsabilidad se adelantó en la última década. En muy breve lapso, cuando finalice el año 2016, su economía será incluso mayor a la de EE.UU., según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico que pronosticó que ya para cuando cierre este 2012 China será superior a las economías combinadas de todos los países de la eurozona.
El tránsito que hace tiempo comenzó a andar este potente jugador de Asia implicará en esta nueva instancia una responsabilidad compleja sobre el resto del mundo. Así lo exhibió el saliente gobierno de Hu Jintao durante el colapso norteamericano en los últimos meses de la administración de George W. Bush, cuando Beijing pudo acelerar la crisis de su antiguo rival tirando a la caldera del mercado su montaña de bonos del tesoro norteamericano. No lo hizo porque la hegemonía a ese precio deja de ser una victoria para transformarse en una derrota de todos.
La comparación entre estos dos mundos descubre otros perfiles. No son estas potencias lo que eran o quizás hayan pretendido. Son gigantes, es cierto, pero pigmeos debido a la factura de las realidades que enfrentan. Obama manejará un país encerrado en sus rojos fiscales y una deuda equivalente a todo su PBI que lo obligan a una poda dramática de los presupuestos, entre ellos el de Defensa. Es el ocaso de la noción de los cañones como herramienta excluyente para fijar las prioridades de los imperios .
China, a su vez, creció cuatro veces con el gobierno de una década de Hu y del premier Wen Jiabao que con sus fórmulas del “desarrollo científico” y de la “sociedad armoniosa” impuso un giro moderado a las políticas que llegaban desde Deng. Con el primero se frenó la polución que causó un modelo que exigía crecer a cualquier precio; y con el segundo se incorporó al mercado a parte de los más de mil millones de chinos del interior del país que, a lo largo de estas décadas, asistieron como extranjeros al éxito nacional. Pero la tasa de la economía difícilmente vuelva a volar a dos dígitos como en el reciente pasado debido a que la crisis económica demolió a socios centrales de Beijing como esta Europa que chapalea en el pantano de la recesión.
Es así que los dos imperios recrean la bipolaridad con una inevitable dosis de realismo que los obligará a acordar.
Xi Jinping será quien diriga su país cuando cruce el rubicón del mayor poderío económico mundial y deba convertir al yuan en una moneda global. Aquel realismo no debe ser entendido como resultado sólo de una mirada pragmática, sino como parte esencial de la doctrina que propone la multilateralidad y el asumir al otro como es y no como debería ser , a diferencia de la visión esquemática del neoconservadurismo de la ultraderecha republicana. EE.UU. con Obama muestra que ha comprendido esa noción, aunque aun al conjunto de Occidente le cuesta advertir que los cambios en China no construyen necesariamente una Norteamérica de ojos rasgados.
“Somos sin dudas una excepcionalidad como también lo es EE.UU., pero no la misma excepcionalidad”, le dijo hace tiempo a este cronista un académico de la universidad Tsinghua en Beijing. Rechazaba así la idea de una improbable reforma que copie los estilos de administración del poder en esta parte del mundo.
Lo cierto es que Xi gobernará un país con un pueblo que expresa con centenares de huelgas y protestas diarias una demanda creciente para incidir en las políticas nacionales. Esa agitación se alimenta, además, en épocas de vacas flacas, de la furia por los incesantes escándalos de corrupción , una deformación que Hu acaba de caracterizar como el mayor peligro para la continuidad del Estado.
Ese realismo que aprende EE.UU. es quizá también el que aleteó en Wen Jiabao cuando se atrevió a plantear que así como se abrió el sistema económico también debería hacerlo el político. La palabra democracia significa muchas cosas en China, distintas a las que pueden suponerse en estas orillas , pero tiene un dato en común por la necesidad de canalizar las demandas populares antes de que se descontrolen, un riesgo que hace explosivo la caída del ingreso familiar debido a la crisis. Chinos y norteamericanos quiza se descubran en ese punto donde la necesidad debería postergar la competencia. Nada es tan sencillo, es cierto, pero tampoco nada es igual a lo que era.
Copyright Clarín, 2012.

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